domingo, 8 de mayo de 2011

Nunca una rutina fue tan poco rutinaria. Lo que compartíamos era único e inigualable.



Todos los viernes a la tarde tocaba el timbre “C” del viejo edificio en Caballito,
me gritabas desde el balcón y tirabas las llaves…
porque nunca bajabas, según vos: el ascensor estaba fuera de servicio.

Cada encuentro que teníamos nada tenía que ver con el anterior.
Amaba cada momento, cada detalle… cada instante.

Lo primero siempre era poner la pava al fuego, para el mate obviamente;
y los dos esperábamos impacientes el silbidito que nos indicaba que el agua estaba a punto caramelo para empezar nuestro ritual.
Subíamos uno por uno los escalones que nos llevaban a disfrutar del sol en la terraza, para una vez mas ser confidentes de nuestros mas íntimos sentimientos y pesares.

Costaba un poco al principio el dejar al descubierto los recovecos de nuestra alma…
pero mate a mate, el calorcito del agua nos desinhibía sin siquiera darnos cuenta.

Tuvimos nuestros momentos de risa, que fueron muchos…
pero más me acuerdo de los momentos de tristeza, de llanto, de angustia…
Esos fueron los momentos en que más nos unimos. Al contrario de lo que cualquiera pueda decir,
nuestros ratos de tristeza, eran nuestros mejores ratos. Fueron los momentos en los que nos fusionábamos en uno solo, nos comunicábamos sin hablarnos, sin mirarnos… solo sentíamos.
Era una conexión mas allá de todo lo que conocemos;
como si una parte de cada uno se hubiese intercambiado con la del otro.

Nunca, jamás voy a olvidar lo que sentía al experimentar tu alma pegada a la mía…
tu mente inmersa en mi mente...
como si lentamente bailaran un vals guiado por el un, dos, tres de los pensamientos más profundos.

Así nos sorprendía la noche, entrelazados…
nos cambiaba el ritmo y nos hacia tropezar.
Nos volvía a la realidad que ya parecía ficción para nosotros.

Cada día se me complica más rearmar tu figura.


Cada día es más difícil sentir el calor de tu alma abrazada a la mía...
esa sensación de volar con los pies en la tierra, esa sensación indescriptible,
incomparable a cualquier otra.

Cada día, sigo esperando que me tires las llaves,
bajo el balcón del departamento “C” en un viejo edificio de Caballito.


   ph: natalia martina.-